Ser comunista consecuente costaba la vida

El 22 de enero de 1948 murió Jesús Menéndez, líder sindicalista y desde entonces se cinceló su nombre en todas las luchas proletarias.

La vía férrea que une a Cuba con Manzanillo termina en una orilla de esa ciudad, a pocos metros del mar. En torno a la estación es salada la tierra, y el barrio de gente ajena a los fragores de ingenios y cañaverales. Pero al pie del andén de Manzanillo, amén de la aridez y del salitre, vigorosos, hay plantones de cañas.

Donde echan raíces las simbólicas plantas, murió Jesús Menéndez. Venía, ese 22 de enero de 1948, de allí donde más a gusto siempre estaba, entre molinos y sudor de azucareros, de uno de esos centrales en que lo aclamaban líder.

Si a pesar de tiempos muertos ahora tenían vacaciones pagadas, y sus mujeres maternidad obrera, y una Caja que saldaba sus retiros, era gracias a él. Amaban a aquel sindicalista negro, carismático y locuaz, que convertía en verdad las cosas impensadas, y les hablaba a su altura, a la vez que alzaba la voz de Constituyente respetado, de Representante a la Cámara por una militancia comunista que nunca solapó.

Lo amaron tanto que, cuando lo asesinaron a traición, sin tiempo ni advertencia para poner delante de la bala mil pechos obreros, un pueblo enteró salió al rescate del cadáver que intentaron secuestrar, y lo limpiaron y cuidaron zapateros, pescadores, portuarios, y organizaron la autopsia que demostró el crimen cobarde. Lo escoltaron en el retorno por Cuba, que lo lloró, crispó los puños, y, desde entonces, cinceló su nombre en todas las luchas proletarias. La Revolución llegó para honrar sus batallas. permaneció, erguido y vital, como las cañas.

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Periódico Granma

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