Narración deportiva: la imparcialidad necesaria para encausar la pasión

Brotan los aplausos y los gritos desde las gradas; las jugadas mueven a la fanaticada; ya sea por el engarce de último momento, el tiro a home que enfría al corredor, el doble play relampagueante, el robo de base, la pelota que viaja más allá de la cerca… Y el público, el respetable, de pie en reconocimiento a la maestría, tanto de los de casa como del visitante.

Saludamos la rivalidad fraternal entre los atletas, ese amor por la camiseta, esa entrega, pero duele ver como algunos incitan a otra rivalidad, que nada tiene de deportiva, la que agrede al adversario, tanto de palabras como física, que promueve y alienta los odios y los rencores.

Seamos apasionados sí, pero que no se nos escape de las manos, o de la voz la pasión. La pasada subserie entre Leones y Leñadores en el coloso del Cerro dejó un sabor amargo y bien vale la pena un análisis.

Cierto que la rivalidad entre ambos elencos ha crecido en los últimos años, más de 34 mil aficionados se dieron cita en el estadio habanero para presenciar los juegos, algo válido, pero y es lo triste, los encargados de narrar los partidos olvidaron la supuesta imparcialidad, lejos de ello, sus comentarios parecían incitar a la rivalidad de marras, tal pareciera que alentaban un conflicto entre los fanáticos Azules y los Leñadores, veladas alusiones y otras no tan veladas, sobre la calidad de ambos conjuntos, sobre si los de la capital habían sido víctimas de complots para quedar fuera la pasada serie, como una forma de alentar rencores.

Nos preguntamos, ¿en qué benefician tales comentarios al desempeño de la serie? ¿Acaso no hemos sido testigos de que una rivalidad mal encausada puede degenerar en graves conflictos, como el acontecido entre Industriales y Holguín que provocó una riña campal entre ambos equipos, con las consecuentes sanciones? ¿Será este el camino en que queremos encausar a nuestro pasatiempo nacional?

Cuando acontecen tales hechos nos apresuramos a criticarlos, pero hasta qué punto somos responsables, por nuestras manifestaciones, de semejantes indisciplinas.

Continuamente exigimos el respeto a nuestros árbitros y sus decisiones, pero que mal parada quedó la imagen de los narradores, cuando a micrófono abierto manifestaban su descontento por la decisión tomada por los árbitros. ¿Olvidaban acaso que existe un público escuchándolos y quién puede predecir lo que puede suceder si se caldean los ánimos?

Ya existe el precedente de agresiones a los árbitros por parte del público, entonces ¿por qué echar más leña al fuego? Si La Habana es la capital de todos los cubanos, por qué el coloso del cerro, no puede ser la casa grande de todos los equipos que juegan en Cuba.

Que ninguno se sienta vejado, ni degradado. Es hora ya de que meditemos sobre tales manifestaciones, ¿qué pasaría si mañana cuando los de la capital jueguen en el Mella recibieran igual tratamiento?

Nos vienen a la memoria las figuras de aquellos narradores y comentaristas, verdaderos paradigmas por su conocimiento e hidalguía; Eddy Martín, Bobby Salamanca, Héctor Rodríguez, que echaban a un lado la camiseta del equipo de su preferencia para enaltecer la calidad del adversario. La divisa de que gane el mejor debe primar en nuestro deporte y por ende en nuestros comentaristas.

Honor a quien honor merece y sobre todo respeto a quien nos visita, que la hospitalidad y la fraternidad se adueñe de nuestras instalaciones, no olvidemos que por encima de cualquier pasión mal encaminada debe estar, el de educar a nuestro pueblo y atletas, esa es nuestra responsabilidad, cumplamos con ella.

(Visitado 665 veces, 1 visitas hoy)

Juan Manuel Maestre

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *