«Pusimos la bomba, ¿y qué?»: la confesión de quienes volaron el avión de Cubana de Aviación en 1976

Uno de los peores atentados aéreos en la historia ocurrió el 6 de octubre de 1976. Ese día el vuelo 455 de Cubana de Aviación fue destruido en el aire tras salir del aeropuerto Seawell en Bridgetown, Barbados, producto de un atentado terrorista de origen anticomunista que provocó la muerte de las 73 personas que viajaban a bordo de la aeronave tipo Douglas DC-8.

El hecho fue planificado por cubanos extremistas residenciados en el extranjero que trabajaban para la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. (CIA, por sus siglas en inglés), que se oponían a la Revolución Cubana y pretendían provocar el derrocamiento de su líder Fidel Castro.

Para perpetrar el ataque, los autores intelectuales de la masacre aérea, identificados como los cubanos anticomunistas Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, contactaron a un par de reporteros gráficos residenciados en Venezuela, a los que utilizaron como cómplices para materializar el ataque, al indicarles cómo pondrían la dinamita o C-4 dentro del avión.
Atletas de esgrima caídos en el atentado terrorista contra el vuelo 455 de Cubana de Aviación en 1976Roberto Machado Noa / LightRocket / Gettyimages.ru

En el libro ‘Pusimos la bomba… ¿y qué?’, escrito por la periodista venezolana Alicia Herrera publicado por primera vez en 1981, y reeditado en 2005 con la inclusión de documentos desclasificados que ratifican la culpabilidad de los terroristas, la reportera logra exponer en detalle cómo se planificó el ataque y quiénes estuvieron involucrados con base en datos precisos y confesiones de los propios autores.

La autora, que para entonces trabajaba para la Cadena Capriles, un conglomerado privado de medios de comunicación, se enteró que luego que el avión explotó, fueron señalados como presuntos autores materiales dos reporteros gráficos con los que ella trabajaba: Freddy Lugo y Hernán Ricardo Lozano, este último subió al aparato con un pasaporte falso a nombre de José Vázquez García.

La reportera, que era directora de revistas de entretenimiento para la mujer, se dirigió al Cuartel San Carlos de Caracas, que para entonces era una prisión militar, para hablar con los involucrados porque pensaba que eran inocentes. Herrera hizo varias visitas a la cárcel, donde también estaba privado de libertado y acusado por el mismo caso, el cubano Bosch, quien era compañero de celda de Lugo, y quien Herrera define como un tipo egocéntrico al que le gustaba llamar la atención

La confesión

En una entrevista con Radio Rebelde de Cuba concedida años atrás, la periodista venezolana, que considera que el crimen de la voladura quedó impune, relató a ese medio por qué decidió dejar atrás la edición de revistas de moda para la llamada prensa rosa y hacer una denuncia pública a través de una detallada crónica periodística para denunciar las confesiones, experiencias y evidencias que recogió durante sus visitas al Cuartel San Carlos.

«Un sábado llegué al Cuartel San Carlos y encontré a Freddy Lugo muy descompuesto, muy bravo, y le pregunté a qué se debía su actitud y me dijo: ‘no, es que ayer Hernán Ricardo hizo una cosa horrible, gritó en el patio de ejercicios, donde estábamos todos, donde estaban los guardias y estaban muchos presos, que nosotros habíamos puesto la bomba en el avión cubano, eso delante todo el mundo, eso nos perjudicaba a todos, todos queríamos matarlo'», le dijo el hombre a Herrera.

Para la periodista esa fue una primera confesión indirecta del crimen y la contundente frase: «nosotros pusimos la bomba, ¿y qué?», que confesaba el atroz atentado le impactó y fue la que la inspiró a titular su libro. Tras ese grito de Hernán, dice Herrera, otro día volvió a la cárcel y notó que Lugo estaba bastante ensimismado y desesperanzado. El hombre, sin cortapisas, decidió confesar la voladura del avión a la reportera.
Archivo confidencial desclasificado

Lugo estaba molesto porque no habían recibido dinero de la CIA y de la DISIP, el cuerpo de inteligencia venezolano que también colaboró con el crimen a través de un funcionario clave, el comisario venezolano Henry López Sisco. La periodista relató que Lugo le contó todos los detalles, desde cómo planificaron, cómo llevaron la bomba al avión, hasta cómo la dejaron dentro de la aeronave.

Herrera también detalló cómo el propio Bosch, celoso de Huber Matos, un dirigente cubano que traicionó a la Revolución y al que le rindieron honores en Venezuela por esos días, expresó en la misma cárcel que Matos no era capaz de derribar un avión como lo hizo él y como lo seguiría haciendo.

Esta última declaración pública, generó que Herrera decidiera no hacer un reportaje sobre la voladura sino elevar la denuncia a un libro. Sin embargo, para hacerlo, Herrera tomó la decisión de irse al extranjero, debido a que la DISIP venezolana estaba dedicada también a desaparecer a militantes comunistas y a toda aquella persona que interfiriera en investigaciones o hechos penales como el que ella había investigado.

La periodista viajó a México y su libro se publicó en Cuba, Nicaragua y México. En Caracas, el texto fue vetado por la DISIP, aunque sí logró divulgarse en otras ciudades de Venezuela gracias a la «valentía» de Manuel Vadell, quien dirigía la editorial venezolana Vadell Hermanos, resaltó Herrera.

La voladura del avión

Durante sus visitas a la cárcel, Herrera se dio cuenta que tanto Lugo como Lozano eran subordinados de Bosch y Posada Carriles. «Lugo hacía todo cuanto Bosch le ordenaba. En la vida diaria de la celda, e incluso en sus gustos personales, el cubano influía notablemente», relata la periodista en su libro.

En el texto, la reportera comenta que le impactó sobremanera «la facilidad con la cual Freddy Lugo» se «reveló definitivamente como culpable del crimen de Barbados». «Yo nunca pensé que esta confesión surgiera tan frontal, de una manera tan detallada. En realidad yo estaba esperando ansiosamente que él o Bosch hicieran alguna referencia al caso del avión, pero la frialdad de Freddy Lugo me permitía ahora profundizar más en la verdad».

Lugo culpaba de su encierro a Lozano, debido a que según él, Hernán confesó todo apenas los capturaron en Trinidad y Tobago, donde habían bajado del avión tras poner los explosivos programados. «Él es el culpable, en el avión mismo se comportó como un irresponsable. Se le podía ver lo nervioso que estaba porque él suda mucho, se le veía acalorado y no hallaba qué hacer con las manos, pasó un buen rato tapándose la cara con un periódico».

«Yo a pesar de no ser tan veterano como Hernán, sabía lo que tenía que hacer, la cuestión era no salirse de las recomendaciones. Tenía mi maletín con las cámaras ahí, al ladito mío», detalla Lugo a Herrera, a quien llamaba ‘llanera’ por ser originaria de los llanos venezolanos. «¡Coño, Llanera, yo confío en ti, esto solo se lo he contado, cuando mucho a tres personas! (…) Hernán estaba agitado y dice que va para el baño, lleva en los bolsillos su paquete», relató Lugo a la periodista.

Lugo luego confiesa: «Cuando me doy cuenta de que no regresa, al rato, se oye que están dando golpes en la parte de atrás, en el baño. Era Hernán que se había quedado trancado y el mismo piloto del avión tuvo que irlo a sacar. Aquello fue un espectáculo, todo el mundo volteó a mirarlo. Cuando se sentó al lado mío, me di cuenta de que no traía el paquete que se había llevado en el bolsillo, y entonces le pregunto y me dice que después me da más detalles, pero que ‘aquello ya está listo'».

«Todo estaba dispuesto para que saliera perfecto, se trataba de acabar con esos malditos comunistas, pero claro, Hernán con ese pasaporte falso y otra cantidad de errores, echó a perder el programa», añadió Lugo, quien siguió contando los detalles del terrible hecho a Herrera.

«La saga de los Bush»

El proceso judicial en Venezuela condenó a Freddy Lugo y Hernán Ricardo Lozano a 20 años de cárcel. De ambos se sabe casi nada, sólo que habrían cumplido la pena en 1993 y estarían libres. No obstante, los autores intelectuales señalados, Orlando Bosch Ávila y el exagente de la CIA Luis Posada Carriles, evitaron una condena definitiva.

Bosch fue absuelto por «defectos técnicos» en la evidencia y vivió en Miami, EE.UU. hasta su muerte en 2011. Posada Carriles huyó tras ocho años detenido, ingresó ilegalmente a EE.UU. y, aunque el gobierno venezolano solicitó formalmente su extradición, la administración de George W. Bush se negó a procesarlo por terrorismo. Fue liberado en 2007 y vivió protegido en Miami hasta su muerte en 2018.

En 2005 el periodista venezolano José Vicente Rangel, fallecido en 2020, escribió el prólogo de la reedición del libro de Herrera y en allí señala que tanto Posada Carriles como Bosch eran agentes de confianza de la CIA, y para ese entonces estaban bajo el mando de George Bush padre, quien luego sería el primero en arribar a la Casa Blanca.

«Posada Carriles y Bosch trabajaron para él. Luego, y seguramente que por este nexo, fue Bush padre quien indultaría a Orlando Bosch, el terrorista que junto con Posada Carriles preparó y ejecutó la voladura del avión de Cubana de Aviación. Ahora el hijo, George W. Bush, que despacha desde la Casa Blanca, se resiste a extraditar al otro terrorista, es decir, a Posada Carriles».

«Incluso llega al extremo de insurgir contra su propia ‘doctrina antiterrorista’, la que inspira la Ley Patriota, y de contradecir lo que ha venido sosteniendo desde el atentado de las Torres Gemelas, aquello de que ‘no solo es terrorista quien comete una acción terrorista, sino también quien protege terroristas’. O sea, que hace lo que él está haciendo en la actualidad», indicó Rangel.

El periodista dijo que «el meollo» de la impunidad del caso estaba precisamente en «el hilo conductor entre el primer Bush al frente de la CIA en tiempos en que se cometió el crimen contra 73 personas, luego presidente de EE.UU. y el segundo Bush», quien salvó «de la justicia» a Posada Carriles, «compañero de Orlando Bosch exonerado tiempo atrás por su padre». «La saga de los Bush definitivamente se identifica con una forma de terrorismo. Una forma que excusa el terrorismo con base en circunstancias, intereses y protagonistas», concluyó Rangel.
Las víctimas

De los 73 fallecidos por la voladura del avión 57 eran cubanos, 11 guyaneses y cinco coreanos. Según datos del Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba reseñados por la agencia cubana Prensa Latina, entre las víctimas estaban 24 integrantes del equipo juvenil de esgrima cubano, ganadores del Campeonato Centroamericano y del Caribe, que se había celebrado en Caracas.

También se habían subido al vuelo 11 jóvenes guyaneses que viajaban a Cuba para estudiar Medicina, una delegación oficial de la República Popular Democrática de Corea y otros 10 tripulantes de Cubana de Aviación que se encontraban allí por rotación del personal de la aerolínea.

El vuelo había partido desde Guyana hacia la capital cubana, vía las islas de Trinidad, Barbados y Jamaica, pero no logró llegar a Kingston debido a que a las 17:24 (5:45 de la tarde), nueve minutos después de despegar desde Seawell y a unos 18.000 pies de altura, explotó una de las bombas.

El incidente fue reportado a la torre de control del aeropuerto por el capitán Wilfredo (Felo) Pérez Pérez a quien se le escuchó gritar: «¡Cuidado!» y la respuesta de su copiloto Miguel Espinosa Cabrera fue: «Felo, fue una explosión en la cabina de pasajeros y hay fuego». Cuando intentaban regresar a Seawell, unos siete minutos después del primer estallido, se escuchó otro en los baños traseros.

El 14 de octubre, los restos de algunos cubanos rescatados fueron velados en la base del Monumento situado en la Plaza de la Revolución José Martí, en La Habana, Cuba, donde más de un millón de personas les rindieron homenaje. La comisión investigadora del hecho indicó que las bombas explotaron en las filas de asientos 7 y 11, y en el baño trasero de la cabina de pasajeros.

Tomado de Cuba Sí

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