Geopolítica: Globalismo, hegemonía y dispositivos de poder

En el siglo que corre, que ya se halla en el final de su primer cuarto, se ha impuesto una nueva forma de mirar las ideologías: las redes sociales. En ese escenario, en el cual priman los likes y los compartidos, se diseña un estilo disímil para entender la participación en el cual no conviene nunca tener en cuenta categorías ligadas a la razón o sea el logos, sino a las emociones. Existe un aplanamiento de la conciencia a partir de una uniformidad del pensamiento que surge de la repetición y de los algoritmos. En ello va sin dudas un proyecto de poder que está fraguado por las élites del mundo y que posee en el globalismo su más elemental premisa.

Recientemente se produjo el fallecimiento de Jacob Rothschild, Barón de la Casa Rothschild y uno de los principales banqueros del mundo. La larga dinastía de estas personas está ligada a la construcción del poder financiero del capitalismo comercial de los últimos siglos. Prácticamente nada se les ha escapado y en todo estuvieron o como promotores o como organizadores. Se trata de una variante de poder inteligente que parte del control de las finanzas y se extiende hacia maneras de manejo de la política que no siempre son reflejadas por los medios de prensa.

El aparente sigilo con el cual se reseñó la muerte de Rothschild contrasta con otras noticias a las cuales se les otorga todo el interés, como el próximo álbum de Shakira o sus líos con su ex, los dimes y diretes de Bad Bunny, las ligas de fútbol y por supuesto la propaganda de guerra de Ucrania. En ese universo de manejo de información no se aludió al papel de dicha Casa de banqueros en la historia, apenas se le colocó un pequeño pie para que el asunto no pasara por alto. En ello no existe nada fortuito. Los Rothschild no solo están ligados a los dispositivos de poder financiero, sino que son unos de los motores de la construcción de la ideología globalista, la cual propone la imposición de las leyes del mercado como máximas antropológicas en la cimentación de la identidad humana. Formas de pensar como el largoplacismo, apoyadas por ejemplo por Elon Musk, proponen que la humanidad actual debe ser reducida, en aras de una “mejor” especie a largo plazo.

Pero, cabe siempre aclarar, ¿qué es el globalismo? Casi todos los teóricos que se definen en contra de esta forma de poder construida para el nuevo siglo coinciden en que se trata de una ideología para el sometimiento de los pueblos a una sola identidad tendente a un gobierno mundial. O sea, la imposición desde el poder financiero del mercado, de un chantaje para que las personas acaten las órdenes y el manejo mediante ingenierías sociales de la riqueza de las naciones. En esto hay que tener en cuenta que el globalismo sería en efecto una fase superior del sistema de desigualdad social y de división del trabajo a nivel planetario. Se trata del reparto del mundo a partir de una gran zona de influencia en la cual el Occidente del mercado se traga al resto del mundo y le impone su idea de la participación política. La génesis de esto proviene de 1991 cuando tras la caída de la URSS los ideólogos de Europa y de Estados Unidos crearon un solo modelo para el resto de la humanidad en el cual se mezcla la democracia parlamentaria burguesa con las leyes de la oferta y la demanda. El neoliberalismo, que ya se había gestado en décadas anteriores, se simplifica y se aplica como un conjunto de recetas. Pero con las redes sociales el globalismo no solo es una cuestión económica, sino y sobre todo cultural o sea concerniente a la lucha por las significaciones y los símbolos.

El globalismo en su afán totalizador ha realizado una simplificación además de la política, al llevar tanto a la izquierda burguesa como a la derecha a mecanismos de participación en los cuales no se toca lo fundamental de los medios de producción, sino que se centra en otras luchas. La banalización de la toma del poder político hace que sea ineficiente la propia acción de gobierno y que las realidades y las desigualdades no estén representadas por las clases que ejercen las funciones ejecutivas. Y es que las contradicciones antropológicas generadas por el sistema, en lugar de ser resueltas de forma material y concreta, se exacerban a partir de fórmulas de control social que no solo son ineficaces, sino al cabo dañinas. Así, la solución del globalismo es poner a mujeres contra hombres, a blancos contra negros, a hispanistas contra indigenistas, a occidentales contra orientales, a heterosexuales contra homosexuales…Y en ese largo rosario de luchas en las cuales un obrero se enfrenta a otro o un campesino a otro o un estudiante a otro, no se cuestiona lo esencial que funciona mal. Las grandes empresas, convertidas en entidades filantrópicas, aparecen en los medios de prensa como facilitadoras de la vida y aliadas de las luchas por la emancipación. Pero nada más alejado de la realidad. Lo cierto es que, sin las redes sociales y la construcción de una identidad a partir del pensamiento único del globalismo, nada de eso pudiera ser hoy una realidad en manos de la élite.

En la verdad alternativa de las narrativas del globalismo no importa lo que sucede, ni los hechos, sino aquello que trasciende. Se maneja el concepto de rebote a conveniencia y se le da una importancia crucial a lo que se coloca en la parrilla de los medios. Quiere ello decir que, en lugar de análisis, los globalistas necesitan que se construya una manera de ver el mundo lo más cercana posible a los ucases de sus instituciones y entidades planetarias. Todo ello hecho a imagen y semejanza de Occidente o de lo que va quedando de la identidad de dicha porción del mundo. Porque lo otro que sucede, hacia el interior del norte global, es que se están cuestionando estructuras que son la base de la organización y de la convivencia social como la familia y la fraternidad humana. Todo en función del experimento de control social que busca aplanar la resistencia y las identidades e imponer un solo modelo.

El cosmopolitismo como visión de la política no es un asunto de ahora ni de este siglo, siempre hubo maneras de entender la política y la cultura que hablasen de una integración de los pueblos y las identidades. El estado nación es una creación de la modernidad que igualmente puede ser hackeada y puesta en función de otro tipo de hegemonía. Pero de lo que se trata en este caso no es meramente del cuestionamiento quizás legítimo de estructuras de poder, sino de la creación de otra que sea más funcional a los objetivos de un grupo de personas que poseen la posibilidad de un monopolio de determinados recursos y estamentos. La cultura como uno de los refugios del hombre no solo deberá ser tomado por las fórmulas del globalismo, sino puesta en función de un tipo de esclavitud que no admite cuestionamiento. En ese proyecto de occidentalización de la vida no solo les va la subsistencia a familias como la de los banqueros Rothschild sino a toda la élite global que se reúne en Davos cada año y que propone los cambios que requiere un mundo a su imagen y semejanza. Mientras tanto, la cultura se transforma en algo diferente de lo que habitualmente conocemos. Más allá de las bellas artes y de la búsqueda de una verdad científica, predomina el vehículo ideológico para imponer una agenda. Si se publica un libro o se otorga un premio ya no se hace por méritos sino a partir del mensaje globalista que dichos autores están llevando a la masa.

En el sentido inverso, existe una cultura de la cancelación que se está construyendo de manera paralela al proyecto globalista y que tiende a silenciar a las voces que no estén de acuerdo o que simplemente tengan otra visión del mundo. Es ese otro instrumento o dispositivo lo que se usa para cancelar los discursos que no le agraden al poder. Si no aceptas determinada visión, ya eres catalogado de facho o de fascista o de extremista, cuando muchas veces dichas alusiones provienen de centros de poder relacionados verdaderamente con visiones ultra derechistas de la política. Por ejemplo, es un hecho que los sitios de chequeo de datos en internet, encargados de imponer las narrativas del globalismo, han escondido o transformado conceptos deliberadamente y han etiquetado a voces dispares. Esos mismos portales reciben contribuciones de ONGs occidentales como la Open Society Foundations de George Soros, precisamente para que sigan trabajando en la creación de supuestos consensos.

Ante la creación de una hegemonía occidental desde el globalismo que ejerce su poder en las finanzas y en la cultura y la comunicación, ¿qué se puede hacer? La construcción de dispositivos de activación de la conciencia crítica pasa por salirse de los canales en los cuales se manejan los falsos consensos. Los contextos comunicacionales actuales no ofrecen la oportunidad de una réplica justa y real a los aparatos de imposición de un solo criterio de la realidad. Cuando se hacen búsquedas en los motores de internet se evidencia el sesgo que hay detrás de cada una de esas construcciones ideológicas que se nos presentan con la naturalidad que no poseen. En todo esto existe además un poder fáctico que no caerá en tanto es parte de una estructura apoltronada por siglos de modernidad europea occidental en los cuales se sedimenta todo lo alcanzado por la élite. Podrá haber decadencia en la manera en que esas ideas existen, pero se dispone de todo el recurso para su imposición y de paso de las mentes colonizadas que de forma inconsciente y acrítica consumen los productos. La activación de la humanidad es sobre todo un proceso de cambio antropológico en el cual se tendrían que crear mecanismos de democracia más allá de la falsa representación.

El silencio o el bajo perfil que se le da a las familias que realmente detentan un protagonismo en el proyecto globalista responde a la construcción de estos dispositivos, a su peso e importancia en las narrativas de internet. Los proyectos de poder que de forma aislada intenten salirse del globalismo van a chocar con la estructura de centro/periferia que se estableció como parte del sistema mundo desde los albores de la modernidad, por ende, no se trata de un asunto fácil ni cómodo, sino de la eficacia de un sistema global que trabaja de un siglo para otro y que posee la manera de controlar a las personas y de hecho lo ejerce. Lo que se tiene que hacer solo puede poseer alguna vitalidad a partir del uso de esas mismas estructuras para precisamente hackearlas y ponerlas en función de una transformación real de la vida.

Tomado de Cuba Si

(Visitado 9 veces, 1 visitas hoy)

Portal Cubasí

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *