El mismo día en que las autoridades sanitarias rusas registraron la vacuna Sputnik V, la periodista española Pilar García de la Granja, empleada del grupo Mediaset y corresponsal del canal Telecinco en EE.UU., expresó de manera tan contundente como gráfica su rechazo al nuevo fármaco: «Yo no me pongo la vacuna de Putin ni atada», escribió en Twitter.
Más allá de la muy relativa importancia de su decisión personal, su reacción visceral e inmediata, disparada como un acto reflejo frente a la mera aparición en escena de una vacuna rusa, sirve al menos como muestra de una actitud lamentablemente extendida en el espectro mediático de Occidente, en especial entre los voceros periodísticos de los poderes más conservadores de cada país, aunque no solo ahí.
La referencia a la Sputnik V como «la vacuna de Putin» es también una constante en el discurso de sus inmediatos detractores, lo que pone en evidencia que su rechazo y su desconfianza tienen un carácter mucho más político e ideológico que científico. En un «análisis» del 12 de agosto, la cadena CNN llegó a cuestionar directamente si «una vacuna de Vladímir Putin» era digna de confianza, dejando de lado cualquier consideración sobre sus bases biológicas, sobre las que, como veremos, ya había información disponible.