VALIENTES: Los jóvenes del IPK que atendieron a los primeros casos de COVID-19

En algún momento entre las horas de la madrugada del 11 de marzo de 2019, José Alberto Rodríguez Bacallao se quitó los guantes para lavarse las manos, una rutina que repitió tantas veces como hizo falta durante las más de 24 horas de aquella jornada y que incluyó quitarse la sobre bata, el gorro y las gafas.

Hizo lo que suele hacer desde el 17 de septiembre de 2018, cuando comenzó a trabajar en la Sala de Cooinfección Tuberculosis VIH: aspiró el aire denso de las habitaciones cerradas y salió al pasillo, como si de un placentero paseo se tratara. No disponía de mucho tiempo para pensar. Logró aplacar el estado de excitación provocado por las sirenas de las ambulancias que no paraban de llegar aquella noche y disfrutó de aquellos escasos segundos de calma. No hubo tiempo para pegar un ojo.

Tener 35 años y ser Médico Especialista en Medicina Interna de una de las salas del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK) exige sacrificios. Durante las once noches siguientes, dormir al menos cuatro horas, sería un lujo. Aunque ya estaba acostumbrado a las madrugadas de guardia en el hospital –llevaba bastante tiempo cumpliendo con un régimen de 24 horas de trabajo por 72 de descanso– y permanecer por largos periodos separado de su familia, lo que se avecinaba exigía un sacrificio superior. A las 7:55 p.m. de aquel agitado día recibió la noticia de que los tres italianos provenientes de Lombardía, los cuales fueron recibidos por la doctora Odalis Marrero y habían sido aislados desde la noche anterior, resultaron positivos para Covid-19.

Todos en el IPK esperaban esa posibilidad en cualquier momento. Llevaban semanas de preparación. No les tomó por sorpresa que los primeros casos llegaran precisamente de Italia, el país de Europa que en ese momento tenía la más compleja situación epidemiológica durante la pandemia de Coronavirus SARS-CoV-2.

Cuando lo supo, la doctora Nuris Liem Herrera Marrero recordó haber recorrido esa ciudad mil veces leyendo la hermosa novela Corazón, de Edmundo de Amicis. Esa misma noche ella le escribió un mensaje a su compañera de la universidad: “Eres la mejor AMIGA del mundo. T kiero tanto como a mi hermana Lisandra. Kiero q no dejes de darle vueltas a mi madre. Mañana tengo que albergarme en el IPK”. Lo hizo con rapidez, acortando palabras para ahorrar los caracteres.

Existía la posibilidad de que la angustia se generalizara y se convirtiera en un padecimiento más de la sociedad. Alguien debía detener el avance del virus. Sus compañeros en el IPK aguardaban por su presencia. Preparó una jaba grande con lo elemental. Realizó unas llamas pendientes a familiares, colegas y hasta a pacientes que habían llamado antes preocupados. Debía comunicarse con ellos. Repitió su juramento ante los más allegados y todos le desearon muchas fuerzas y salud. “Quién mejor que tú para vencerlo”, le decían. Entre tantos mensajes de aliento, no faltaron las palabras de Fe: “Que Dios te proteja”.

Aquella noche del 11 de marzo, Nuris visitaba a su tía en la barriada del Vedado. Desde allí, y luego de pasar toda la madrugada del día 12 sin dormir, partió hacia el hospital. Pasó la noche recibiendo y respondiendo mensajes de Bacallao. Cada una hora él le comunicaba cuántos casos con enfermedades respiratorias de cualquier lugar de La Habana y del país se recibían. Él la mantenía al tanto: “Acaban de llegar dos ambulancias más”. Ella le alentaba otro tanto: “Fuerza hermano, aguanta un poco más que en breve estoy ahí”.

La madrugada estaba fresca cuando salió a la calle. Llevaba la ropa más cómoda de la percha, un bulto bajo el brazo y un montón de incertidumbres en la cabeza. Pensaba en sus abuelas y en sus tías “que son viejitas”, escribiría en su diario después, “se me oprimía el pecho por mis sobrinitas”.

La entrada del SARS-CoV-2 al país era inevitable y cualquiera de aquel montón de casos que ya estaban hospitalizados podía dar positivo para la COVID-19.

Apenas amanecía cuando se acercó a la garita de la entrada. Una señora salió a su encuentro y le preguntó: “¿Es usted la doctora Nuris?”. Comenzó a ponerse tensa porque recordó que no llevaba el pase encima. Supuso un inevitable regaño. Respondió con seguridad: “Soy parte de la guardia de Coronavirus”. La señora con amabilidad le indicó dirigirse de inmediato al teatro principal de la institución. Allí la esperaban. Mientras lo hacía pensaba que quizás no repetiría ese tipo de encuentros por al menos tres meses. Minutos más tarde llegó el doctor Jorge Luis Valdés Fuster. Nadie más podría entrar al hospital. La reunión fue breve y precisa. De ahí se trasladaron a una segunda reunión en el teatro del hospital, donde habitualmente se realizan las entregas de guardia.

El instituto está dividido estructuralmente en dos partes. A la izquierda los laboratorios. A la derecha el hospital. La afluencia de personal entre ambos edificios disminuiría desde ese instante. Los últimos dos días habían sido difíciles y luego de la aparición de los primeros casos positivos, se tornarían peores.

Nuris, Jorge Luis y José Alberto. Foto: cortesía de los entrevistados.

Durante la mañana del 12 de marzo se conformó el primer equipo médico para la atención directa médico-paciente para los casos positivos. Estaría compuesto por cuatro médicos, dos maestrantes en infectología (un Ortopédico y un Pediatra), la doctora Nuris en la sala E y el doctor Jorge Luis en el Centro de Recepción de Ingresos (CRI), una consulta acondicionada para clasificar a los pacientes que arriban al instituto.

Rayando al mediodía comenzaron a llegar nuevas ambulancias. Luego de colocarse el uniforme verde, las gafas, los guantes y el nasobuco, comenzó a evaluar pacientes.

Los criterios que definen a los casos sospechosos no constituyen una camisa de fuerza. La medicina no es una ciencia tan exacta. Durante la primera semana los pacientes de COVID-19 son asintomáticos desde el punto de vista clínico y peligrosamente transmisores desde el punto de vista epidemiológico. No es posible enmarcar un síntoma a un día específico. Puede haber fiebre o no durante la primera semana, malestar general, problemas digestivos o complicaciones respiratorias.

A las 7:55 p.m. les avisan de la aparición del cuarto caso. Correspondía a un paciente masculino de Villa Clara. Nuris Liem se encargaría de ofrecerles, a los tres italianos y su contacto y al villaclareño y su esposa, el tratamiento establecido por los protocolos cubanos.

Cerca de la medianoche de aquel primer día, el administrativo de guardia superior informaría a los tres médicos la llegada de la ambulancia número 79. Cada una había llegado con al menos cuatro pacientes. El espacio en las salas empezaría a reducirse. El Ministerio de Salud Pública manejaba la alternativa de enviar los nuevos casos al Hospital Naval.

Durante la madrugada del 13 de marzo el IPK recibiría 8 ambulancias más.

Ese día Jorge Luis se acostó a dormir a las 5:30 a.m. Cuatro horas después tendría su primer contacto con un caso positivo de Covid-19. Antes de conciliar el sueño pensó en su familia. Ya no regresaría a casa como esperaba su esposa. El 11 de marzo ella le había preparado un reducido equipaje creyendo que la víspera sería una guardia más.

Aquella noche Jorgito llegó a su casa en Santiago de las Vegas en el horario habitual. Acostumbra coger la botella a un taxista al servicio de CubaRon, quien lo recoge religiosamente a las 6:00 p.m. El recorrido incluye saludar a unos vecinos que juegan dominó bajo el poste de la esquina. Ese grupo de hombres que no paraba de interrogarlo: “¿Cuándo va a llegar eso a Cuba? ¿Estamos preparados para enfrentarlo? ¿Nos vamos a morir?” A lo que él siempre contestó: “Cuando eso llegue ustedes van a ser los primeros en enterarse porque no me van a ver por el barrio en largo tiempo”.

Ese día no hizo escala. Pasó casi corriendo. “Jorgi, ¿ya?”, le preguntaron. “Hay q ver el noticiero”, atinó a contestarles. Al llegar a casa todos sabían que no traía buenas nuevas. Reunió a toda la familia para comentarles la circunstancia. Preparó el baño. Cuando estaba a medio afeitar en el Noticiero Nacional de Televisión daban la noticia: Nota Informativa sobre primeros casos de COVID-19 en Cuba.

Terminó de raparse y de repente la niña comenzó a llorar por su ex-papá. Nunca lo había visto sin pelos en la cara. Recordó que traía una botella de Añejo Especial en el bolso, regalo de un paciente. Salió al portal con dos vasos. Allí le esperaba su suegro. Luego de la primera línea se unirían dos amigos que llamaron inquietos por lo que el país acababa de conocer. Su esposa lloró toda la noche. Roto por dentro, no tuvo más remedio que hacer de tripas corazón: “No pasa nada. No va a pasar nada”.

El 13 de marzo el doctor Jorge Luis despertó a las 8:00 a.m. Dormían en la sala H en el quinto piso. Los positivos estaban en la sala E en el cuarto piso y los sospechosos en la B en el tercero. A las 3:00 p.m. tocaba visita. Se ubicaban en hileras, uno detrás de otro. Jorgito fue el último. Antes de entrar se abrochaban las batas unos a otros. Se revisaban y corregían el Equipo de Protección Personal mutuamente. En los cubículos de aislamiento un enemigo invisible les aguardó durante los diez días posteriores.

El equipo que atendió directamente a los primeros casos positivos a la COVID-19 en Cuba lo completaron los enfermeros Ari Ernesto Medina Rodríguez (22 años) y Oyantay Ricardo Vega (23 años) y las jefas de sala, las enfermeras Cristina Pérez Estévez (56 años) e Ileana Santisteban Chivas (53 años).

El 22 de marzo serían relevados por primera vez por una segunda tripulación de médicos y enfermeros. Más tarde fueron trasladados a una residencia estudiantil del Ministerio de Salud Pública en la periferia de La Habana, donde pudieron acomodarse, bañarse con tranquilidad e incluso perfumarse. Desinfectaban sus celulares con gel antibacterial a base de alcohol al 70 %. Tocaba procrastinar un poco y recuperar fuerzas para regresar.

Encendieron los datos y salieron al pasillo a cazar la señal. Luego de varios intentos comenzaron a llegar decenas de mensajes a WhatsApp y Messenger. Uno de ellos decía: “Hola. Mi nombre es Manuel Alejandro, soy periodista de la Revista Somos Jóvenes y quiero hacerle algunas preguntas”.

José Alberto Rodríguez Bacallao, médico del IPK. Foto: Cortesía del entrevistado

José Alberto, jefe de la tripulación, respondió inmediatamente por todos: Disculpe, permítame preguntarle algo primero, ¿quién le facilitó mi contacto?

Luego de algunas explicaciones, accedieron a responder una primera pregunta. Después todo lo demás fue una entusiasta conversación grupal de unas ocho horas.

José Alberto: Disculpe la desconfianza es que las redes sociales se prestan para manipular mucha información.

-La madrugada del 11 de marzo llegan los primeros casos de uno de los Coronavirus más complejos que ha conocido la historia de la virología. ¿Cuál fue su reacción al ver como empezaban a llegar tantas ambulancias en tan pocas horas?

José Alberto: Llegaron de todas partes, de La Habana, de Mayabeque, de Artemisa. Una tras otra. Existía la posibilidad de que apareciera un caso positivo en cualquier momento. Habíamos recibido un buen entrenamiento desde que el virus apareció en China con información actualizada inmediata desde que se declaró Epidemia y luego Pandemia. Estábamos preparados, y creíamos que también protegidos, pero cualquier precaución era poca. Las más de cien personas que llegaron esa noche fueron evaluadas al momento, aquellos que cumplían con la definición de sospechoso las tratamos como tal y las trasladamos a las salas designadas para ello. El resto fueron regresados a su área de atención. Así está escrito en el Protocolo de nuestro hospital.

-Un Protocolo que exige una determinada vestimenta y forma de actuar…

José Alberto: El uniforme verde que sale en las fotos solo se utiliza en las salas de sospechosos. Siempre se llevan gafas, gorro, guantes y nasobucos de tela. En los cubículos de aislamiento se exige llevar además la sobrebata y el nasobuco N95. Así se minimiza muchísimo la posibilidad de contagio. Antes de salir de la sala de aislamiento respiratorio había que bañarse durante más de 15 minutos. En ocasiones tuvimos que cambiarnos de ropa más de dos veces para poder salir de la sala.

Oyantay Ricardo: Lo que sí no puedes quitarte nunca dentro del hospital, no importa donde estés, son los nasobucos.

-¿Cómo supieron la noticia de la identificación del primer caso positivo?

José Alberto: Estaba en la oficina de la sala en la que trabajo. Me llamaron mis superiores y el director de hospitalización me informó que tres de los casos sospechosos dieron positivo. Había que informarles a los pacientes personalmente antes de que se enteraran por los medios de comunicación oficiales. Portador de malas noticias, también me tocó informarles días después que al que habíamos trasladado a terapia de ellos, había fallecido. Ambos momentos han sido los más difíciles de toda mi carrera profesional. Jorge Luis y Nuris se enteraron por el Noticiero.

-¿Cómo se reacciona ante un caso positivo de COVID-19?

José Alberto: No nos tomó por sorpresa que los primeros casos positivos provinieran de Italia, país con una situación epidemiológica complicada. Después de haber recibido los cursos de la preparación correspondiente no cabía lugar a la duda, ni al miedo para atender esos casos.

Jorge Luis: Los cuatro primeros pacientes eran dos matrimonios. Tres positivos y un altamente sospechoso. Las mujeres, hermanas. A simple vista los cuatro permanecían sin síntomas. Nos saludaban con respeto y con mucho miedo en la mirada. Buscaban identificar los rostros de sus salvadores, escondidos detrás de caretas, gorros y nasobucos. Aquellos primeros italianos se fueron de Cuba sin ver el rostro de los médicos y enfermeros que los atendieron.

Nuris Liem: Fue una experiencia linda nuestras conversaciones con aquellos italianos. A todo respondían con una educación y gentileza. No tenían dominio del español. Por todo decían Grazie. El cuarto fue el joven cubano de Villa Clara, un poco rebelde, pero me las ingenio bien con los rebeldes.

Oyantay Ricardo Vega: La experiencia fue complicada para nosotros que tenemos 22 años. Pero nos cuidábamos mucho. Tomamos como prioridad el lavado de manos. Evitamos permanecer reunidos. Nos auto-aislamos. Había que enfrentar esa situación con responsabilidad, por el país, por el instituto, por la humanidad, por el pueblo cubano. Hoy nos satisface el honor del deber cumplido.

-¿Cómo actúan los nervios en ese momento?

José Alberto: Nervios no sentíamos. Pudo haber un poco de temor por momentos, pero había que cumplir con el deber. El resultado de la situación dependía de cómo uno actuara. Había que resolver un problema de salud grave. El deber te sobrepone a todos los miedos e incertidumbres que pudieran aparecer. No estábamos nerviosos, pero tampoco nos sentíamos poderosos e invencibles. Al conocer la información sobre los primeros casos positivos repasé todas las medidas de protección para hacer bien mi trabajo y así evitar el contagio. Actué confiado. Los nervios no cabían en ese momento. Es como si se activara un mecanismo de defensa natural. También, después de pasar dos años en África se les pierde el miedo a muchas cosas.

Nuris Liem: Los nervios se quemaron de inmediato, apenas atravesé aquel cristal. He vivido este proceso como si fuera mi asunto personal más urgente.

-¿Qué medidas se toman inmediatamente?

José Alberto: Antes de que la Pandemia llegara a Cuba trabajaba junto con Jorge Luis en la Sala de asilamiento respiratorio de Cooinfección por Tuberculosis en Pacientes positivos al VIH. Estamos bastante familiarizados con las medidas de protección. A todos los casos sospechosos los tratamos como si fueran positivos desde el punto de vista epidemiológico. Conocemos lo que enfrentamos, su virulencia, y lo que pasa una vez infectados, llegado el caso. Sabiendo eso y cómo protegernos se minimizan los riesgos.

Oyantay Ricardo: Lo más importante es respetar las normas de bioseguridad que están redactadas en el protocolo de actuación, donde se deja claro cómo proceder ante los sospechosos y cómo utilizar los medios de protección.

-El trabajo que realizan, ¿lo hacen por imposición, porque les toca y no hay más nadie, porque les gusta y de verdad quieren hacerlo?

José Alberto: Estudié medicina porque sentí vocación hacia ello, porque me gusta. Nada en nuestra profesión es impuesto. La medicina es apasionante. No me imagino haciendo otra cosa. Aquel colega que tenga miedo a enfermarse o a ser contagiado no podrá nunca realizar bien su labor, porque los riesgos existen. Muchos médicos cubanos se han infectado por disímiles causas dentro y fuera del país. Otros han perdido la vida. Eso nos enseña a cuidarnos más y a protegernos más, siempre siguiendo las medidas establecidas y cumpliendo a cabalidad los protocolos establecidos. Repito: No hay nada impuesto en toda la labor que realiza el personal médico del IPK, que está volcado de lleno en la atención a la Pandemia.

Jorge Luis: Ningún médico ha sido obligado a atender estos casos. De hecho, ya desde antes y conociendo que los mayores de 50 años tenían mayor riesgo, los más jóvenes sabíamos que nos tocaría la labor asistencial. De ellos agradecemos su experiencia. Somos médicos de un hospital dedicado a enfermedades infecciosas. Debíamos ser nosotros, sin indicaciones, los que entráramos en acción. Cuando digo esto, también hablo del segundo equipo. Los que nos relevaron.

-¿Qué consejos le darías a los jóvenes en estos momentos, a tus compañeros de trabajo, a tus colegas en todas partes de Cuba y el mundo, a los socios del barrio que escuchan la misma música que tú, a tu gente, a los q como tú tienen 35 años hoy en Cuba?

José Alberto: Que sigan escuchando su música pero que se mantengan informados, que cumplan a cabalidad las medidas de aislamiento social que se dicten, así evitamos la transmisión local. Por eso hay que cuidarse, informarse, estar atento a las notas del Ministerio de Salud Pública. No provocar concentraciones de personas, salir lo menos posible, no frecuentar lugares públicos. Y tener fe en el sistema de salud pública cubano que siempre ha luchado por garantizar la salud y por mantener informado al pueblo.

Estamos trabajando y no dejaremos de hacerlo. De manera anónima, a veces imperceptible. Pocos son los segundos que dura la sirena de la ambulancia en la calle, pero muchas son las horas que permanecemos despiertos, y más son los días que demoran en recuperarse los pacientes. Salvémonos entre todos. Cuidémonos y evitemos que la enfermedad se propague. Los médicos velamos por el paciente en el hospital, afuera las personas deben atajar las complicaciones a tiempo. Así salvamos vidas, promovemos salud.

Ari Ernesto: El cubano, a veces, es cabeza dura. Cuando vivan la experiencia de cerca es cuando se lamentarán. Les pido que se cuiden. Por lo menos nosotros sabemos quién es quién allá adentro. Afuera nadie lo sabe.

*El doctor José Alberto Rodríguez Bacallao trabajó durante dos años como Especialista de Medicina Interna en el Deborah Retief Memorial Hospital, a 40 kilómetros de Gaborone, capital de Botswana, al sur de África.

(Tomado de Somos Jóvenes)

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