Un aplauso que rompe el silencio de las nueve

Un aplauso puede ser, dice el diccionario, esa acción de dar palmadas en señal de aprobación o admiración, que sería mayor entre más ruidoso y prolongado sea. Puede ser elogio o alabanza. Puede incluso ser ese gesto cortés y esperado tras una función, un concierto, un discurso…

Pero hace varias semanas que el mundo recibe aplausos inspiradores, sencillos, honestos, aplausos que sin llevar nombres llevan el de muchos: el de cada uno de los profesionales de la salud, que no se quedan en casa para que tú, yo, el vecino, nos quedemos a salvo en la nuestra.

Es como si la pandemia de la COVID-19 tuviera que haber llegado para despertarnos de algún modo, la humanidad. Y el aplauso cobra entonces la dimensión de un símbolo, uno que puede también, salvarnos. La iniciativa de que las personas salgan a sus balcones y ventanas a aplaudir al unísono a los médicos y enfermeras, a todos los que batallan en los hospitales desbordados de contagiados para salvar vidas, ha tenido acogida en países como Italia y España.

Desde ayer vi en redes la convocatoria acá en Cuba, y la sorpresa de que el noticiero estelar de la televisión cubana este domingo cerrara con la invitación, fue para mi la prueba de lo que mucho se ha repetido en estos días por las autoridades sanitarias y que en lo personal he sacado en claro: la pandemia se frenará, realmente, cuando nos desborde la solidaridad y la empatía.

Y mientras el reloj corría apresurado hacia las nueve, la hora pactada en Cuba para el aplauso nuestro, pensé en los motivos que tendría para aplaudir y no caben en estas líneas. Hay hombres y mujeres que sin y con coronavirus, cada día se levantan y van a trabajar, a pesquisar, a las terapias, a los servicios esenciales de cualquier hospital de este país porque mientras la pandemia azota hay una parte de la vida que no se detiene, y siguen los niños naciendo, y los enfermos renales necesitados de sus diálisis, y los equipos de transplante activados para no dejar pasar la posibilidad de devolver esperanzas.

Mientras la COVID-19 nos mantiene en vilo, hay enfermos de cáncer que necesitan su cirugía sin aplazar porque de extirpar un tumor en tiempo depende el curso de sus días, y muchas más personas necesitan de un médico por varios motivos diferentes a toser o estornudar. Incluso hay quien requiere de cuidados porque pescó una neumonía común, de las de siempre y está internado en un hospital.

Lo curioso es que las y los médicos, enfermeros, técnicos también están allí, en la primera línea de batalla, cumpliendo la cotidianidad de ofrecer salud de sol a sol. Ellos también desafían el riesgo. A los otros, a los que le están viendo el rostro más de cerca a la pandemia, no queda de otra que admirarlos todavía más. Y pienso en esas mujeres cuyas imágenes en medio del trabajo de laboratorio han circulado, vestidas de escafandra y lentes en medio del trópico, que no cree en climatización, en lo incómodo de procesar cumpliendo milimétricamente cada medida de bioseguridad, cientos de muestras diarias con precisión, sin poder siquiera quejarse del calor. Y las aplaudo. Como ellas hay muchas otras.

Pienso en los médicos que no duermen vigilando los síntomas de los que ahora son sospechosos pero que pudieran de un momento a otros ser positivos, en aquellos que hoy dedican todo esfuerzo a sacar de la gravedad a los que se han complicado, en la enfermera que lleva la píldora que calmará la fiebre, en el que limpia porque ahora más que nunca la pulcritud es amiga, en el que cocina, en el que les hace el café, en si tendrán tiempo siquiera para beber un sorbo. Pienso en el que esteriliza nasobucos, los mismos que nosotros debemos usar si salimos a la calle, pero que ellos deben tener listos siempre. Pienso en el cansancio y las marcas de sus rostros, las hemos visto también en quienes hoy dirigen, orientan, informan al pueblo. El aplauso cubano se convocó para las 9, de cada día. Justo a la misma hora en que suena en La Habana el cañonazo, se invita a Cuba a agradecer. Aprendí en historia que el disparo del cañón a las nueve indicaba que las puertas de la muralla se cerraban. Nadie entraba, nadie salía. Era la hora del silencio. Me gustaría tanto que en estos días ese silencio se rompa y que el aplauso desde cada ventana indique el yo me quedo en casa, dé las gracias y rompa el miedo.

Aplausos por la vida y la esperanza

Por: Lisandra Fariñas Acosta/ Tomado de Cubadebate
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